La derrota es siempre algo inesperado, doloroso y puede llegar a ser degenerativo.
Si bien, estos días aprendí que la mejor forma de comprender la importancia de una derrota es confrontarla en la realidad. La verdad es que la teoría y la práctica son siempre caminos muy diferentes. Y más aún porque la situación emocional es siempre más profunda que tan solo unas palabras. Cada quien interioriza y cataliza los emociones de manera distinta, pero es la propia catarsis, la que constituye por si sola un proceso maravilloso. Que sería la vida sin esos pequeños chispazos de certidumbre.
La verdad es que hace días el papa de una gran amiga me dio una frase que me dejo helando, pero que además ha estado rondando por mi cabeza desde ese día. Esta es: "Si quieres que la gente ría, cuentas tus penas María". Es siempre claro que nadie experimenta en cabeza ajena, y esto incluye a aquellos que se jactan de decir que son sumamente empáticos. Lo que si ahora soy capaz de comprender, es que nuestra naturaleza es celosa pues nos molesta la éxito, y amamos al fracaso, pero no en ese deseo de poseerlo, sino en lo queremos observar en nuestros semejantes. Lo que resulta más que asombroso para mi, es que esto solo me tomo la corta temporalidad de casi 31 años. Y aunque en realidad me gustaría decir que no lo deseo, no mentiré yo también lo hago. La pregunta es porque?. Para mi la respuesta tiene más sentido cuando tratamos de justificar nuestros fracasos personales, cuando tratamos de darle sentido a nuestra vida a partir de otros. Para quien vive su vida, esto es quien se amarra los huevos y decide echar toda la carne al asador, es quien jamás hará de su vida este mal habito, pues en esta no hay espacio para la amargura, sólo vivir la vida.